Chocó un territorio que se escribe desde la resiliencia

 

Empezar hablar de chocó sin tener que nombrar en estas líneas, la palabra guerra, masacre, olvido, sería no reconocer un pasado y un presente que ha inundado las tierras sagradas del Atrato. El chocó es uno de los territorios más diversos de Colombia, una tierra bendita para los africanos que escapaban en tiempos de la colonia a formar sus propios territorios, que debido a la geografía del departamento le era imposible al blanco impositor adentrarse a la selva espesa que colinda con el pacifico.

Capurgana es uno de esos lugares que deja maravillado a quien lo visita, ubicado en el extremo norte del choco en pleno golfo de morrosquillo y muy cerca de la frontera con Panamá. Solamente querer llegar hasta allá representa una aventura. ¡Claro está, siempre y cuando no se haga en avión directamente!

El viaje empieza en Necoclí, una lancha que nos llevará casi dos horas en medio del mar cruzando de Antioquia hasta llegar al Chocó, un viaje rápido, por ratos tranquilo y por otro momento con sobresaltos de las olas, pero nada que generé preocupación, hasta llegar a un pequeño muelle que nos da la bienvenida a Capuragana.

La primera impresión que genera en mí este lugar es el impecable azul de sus aguas, el sonido de la brisa espesa que abraza el calor de la mañana y el ruido de todos los visitantes que llegamos y nos tratamos de ubicar en medio del ruido y los lugareños.  El pueblo lo conforman algunas cuadras, todas ordenadas, llenas de color, comida, restaurantes, suvenires y mucho más.



Luego de instalados nos disponemos a  nuestra primera visita nos llevó por un pequeño camino alrededor del mar, allí la brisa acompaña la caminata, mientras los pasos nos van guiando hacia la Coquerita. Un lugar que forma una piscina natural con el mar, donde las olas invitan a jugar. También se encuentran tres piscinas naturales de agua dulce en donde se puede observar el mar desde lo alto. Allí nos invadió la tranquilidad, la fascinación que el caribe chocuano nos abrazaba y un atardecer embelesó los ojos del visitante.

Nuestra segunda salida nos llevó hasta la primera población de Panamá que lleva por nombre La Miel, un lugar para disfrutar de las playas, viajamos en lancha en medio del mar picado que acompaña este lugar, hasta llegar a una playa cristalina, de tierra blanca que nos daba la bienvenida. Allí estuvimos toda la mañana, tomamos un desayuno y algunas cervezas panameñas. Antes del mediodía, empezamos una caminata por las escaleras que unen a Panamá con Colombia y al mismo tiempo hacen de mirador para ambos países y ambas playas, llegando a la frontera el ejército da la bienvenida, pero seguimos bajando las escaleras hasta llegar a Zapzurro, allí tomamos nuestro almuerzo, un rico caldo de pescado acompañado de camarones, estuvimos toda la tarde disfrutando de la playa, hablando con algunos lugareños, comiendo helado, hasta el atardecer donde por lancha nos devolvimos a Capurgana.



El tercer día nos aguardaba para conocer un poco de las aguas del Darién por ello nos internamos en la selva, caminaos alrededor de dos horas en medio de un camino a veces lleno de agua dulce otras en tierra firme, hasta llegar al paraíso, un sitio con piscinas naturales, rodeado de la selva del Darién, donde no solo se disfruta de las guas sino también de los animales, aves de colores, y una caminata en donde hay árboles con más de cien años. Algunos por causa del tiempo se han vuelto como cuevas para murciélagos de lo grandes que son.   Nos devolvimos con el alma recargada por la naturaleza, robándonos un poco de la paz del Darién. Por la noche disfrutamos de la gastronomía que nos ofrece el pueblo, algo de música y uno mojitos frente al mar azul de Capurgana y una que otra estrella fugaz que nos regala el universo.

En nuestro cuarto día queríamos visitar Playa Soledad o Cabo Tiburón pero la marea no era la mejor, también estábamos muy agotados el día anterior la caminata nos había cansado así que decidimos disfrutar Capurgana, seguir en sus playas, con su gente, con las arepuelas acompañadas de queso y de todas las comidas que ofrecen los puestos de paso en la playa.  Así fue nuestro último día, el día de la partida dejamos el pequeño pero luminoso puerto, montamos en nuestra lancha, pasamos un rato por varias playas, desembocaduras de ríos y uno que otro momento acompañado por las aves.

Del choco se habla mucho o poco, yo solo tengo la imagen de un departamento amable, que se está construyendo desde la resiliencia y el amor por lo propio.  

 

 

 

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