LAGUNA DE GUATAVITA
La noche anterior me encontraba
acostado en la cama imaginando como sería el día de mañana, tenía frio y a la
vez ganas de que amaneciera, me encanta viajar, recorrer el mundo y perderme en
la naturaleza, y el viaje del día siguiente era eso: naturaleza y vida.
Bastante se ha hablado durante muchos
años sobre las culturas indígenas latinoamericanas, y su importancia en la
historia de nuestros territorios, nadie absolutamente nadie sabe con exactitud
lo que vivieron nuestros indígenas, como eran sus días, en que ocupaban su
tiempo, y por qué la naturaleza, o como ellos la llamaban pachamama jugaba un
papel importante dentro de su cosmología. Y mañana tendría la oportunidad más
inmediata de estar en contacto con uno de los lugares más sagrados que tiene el
territorio colombiano.
Desde pequeño había escuchado hablar
de lugares mágicos que escondían grandes tesoros, de guerreras entre españoles
y nativos, de tantas cosas que había despertado la curiosidad en mí y en saber
por qué el agua es un factor fundamental en el desarrollo de las ideas
indígenas.
Eran las cinco de la mañana y ya
estaba en pie, me colocaba ropa para el frio, empacaba en mi mochila algunas
cosas básicas y tome junto a mi compañía un bus que nos llevaría por dos horas
al lugar de partida hacia nuestro mágico encuentro. Sobra decir que el pueblo nos encantó,
tomamos algunas fotografías y nuevamente nos subimos en otro trasporte por unos
30 minutos que nos dejaría en la puerta de entrada.
Mientras viajaba, iba pensando en cómo
sería el encuentro con aquel lugar, miraba las montañas he imaginaba a nuestros
indígenas recorriéndolo, caminando en busca de comida, pensaba en sus casas y
realice imágenes mentales de aquellos caminos sagrados, de sus ritos, de sus
adoraciones y ofrendas, no obstante en un momento también los imagine corriendo
en medio de gritos, perseguidos por caballos, por hombres con armas, vi sus
casas quemadas, indígenas luchando hasta último momento en defender su
territorio. Suspire largamente seguí con
la conversación que llevaba en el bus, y me sentí orgulloso de tener raíces
indígenas, de haber nacido en este territorio y ser hijo de esta tierra.
En la entrada nos registramos, hasta hace muy
poco el lugar estaba cerrado para los visitantes para mejorar las condiciones
de suelo que todo territorio debe tener, luego del ingreso, caminamos en medio
de piedras tallas, realizadas para dar un ambiente ancestral al lugar, entramos
en una maloca (lugar sagrado para las poblaciones indígenas) nos comentaron que
allí en cierto tiempo se reunían los indígenas para sus consejos comunitarios,
trataban tema de interés, y se encargaban de purificar el alma, la naturaleza y
el espíritu de los visitantes.
De allí salimos con la energía
recargada, y empezamos una caminata de al redor de unos 40 minutos, nuestro
guía nos iba comentando algunos datos históricos de aquel lugar, ascendíamos
por la montaña y el paisaje seguía cambiando poco a poco, un paisaje lleno de
frailejones que mi memoria fotográfica guarda aún, frailejones que representan
la vida, y que nuestros indígenas seguramente sabía cuidar y preservar. Luego de unos minutos ya mis pasos estaban
cerca al gran encuentro, y aunque la respiración se hace un poco pesada por la
altura, mi emoción y felicidad guardaba por la laguna. Y sí allí estaba ante mis ojos, la gran
laguna de la cual los españoles había hablado tanto, un punto neurálgico entre
las Américas occidentalizadas la España Medieval.
La laguna de Guatavita se expande en
medio de la cordillera oriental, laguna de color verde que con el reflejo del
sol se torna esmeralda, imponente y silenciosa guarda entre sus aguas los
secretos milenarios de quienes la habitaron, de quienes sucumbieron a su ayuda,
de quienes la doraron y de quienes por su causa murieron defendiendo sus
aguas. Lugar sagrado para los muiscas,
allí en este lugar se realizaban las más grandes ceremonias en donde cuenta la
leyenda que los caciques acompañados de los sacerdotes, se sumergían en la
laguna, montados en una barca, portando el oro traído de los diferentes lugares
para dar en ofrenda a los dioses, porque nuestros indígenas en comparación a
los españoles veían el oro como símbolo sagrado de cercanía a los dioses y no
como aquel austero morbo de codicia de los occidentales. Prueba de ello es uno de los más grandes
tesoros, la barca de Guatavita, encontrado en medio de sus aguas y que hoy se
expone en el museo de oro de Bogotá como un gran símbolo ancestral.
Su color verde esmeralda se debe a un
alga que habita sus aguas y no como los españoles pensaban que era la gran
cantidad de oro y esmeraldas que guardaba el fondo de la laguna. Comentario
ridículo que luego daría paso a la leyenda del Dorado, que se resume en la
simple utopía de los españoles por encontrar demasiado oro en el fondo de la
laguna.
Mis ojos entusiasmados se perdieron por largo rato ante su majestad
Guatavita, recorrimos todo su alrededor, por un momento dejamos de oír el guía
y nos dispusimos a caminar, entablamos una conversación en torno a lo que
significaba y significa hoy por hoy este hermoso lugar, santuario sagrado para
los colombianos, sacamos demasiadas fotografías, subimos hasta el último
mirador y allí luego de algunas horas nos tocó despedirnos de ella. Creo que la mire por última vez y sonreí por
un instante y en mi mente decía que privilegiado soy de apreciar las maravillas
de este mundo y de recorrer los pasos que algún día en medio de las montañas
nuestros valientes ancestros recorrieron descalzos sintiendo en sus pies la
majestuosidad que brinda la gran laguna de la Guatavita.
James Andrés Perdomo López
7: 08 minutos de la noche
17 de abril del 2018
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